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19 oct 2010

LAS LAGRIMAS DE JUANA


Juana llora sin consuelo.
Lleva llorando veintiún años. Ahora sus lágrimas ya incluyen una dosis de esperanza: el próximo 3 de noviembre el Tribunal Supremo va a revisar el caso de su hijo Antonio Meño Ortega, en coma durante esos mismos 21 años tras fallar la anestesia en una operación de rinoplastia. El giro radical en el calvario de esta familia se debe a que uno de los médicos que estuvo, como aprendiz, aquel 3 de julio de 1989 en el quirófano de Antonio ha confesado que el tubo de anestesia endocraenal «se había desconectado».
Desde hace 487 días, el «domicilio» de Antonio —que ahora tiene 42 años y se encuentra en total estado vegetativo—, su madre Juana y su padre, Antonio también, está en la plaza de Jacinto Benavente. Allí, junto al palacio del antiguo Ministerio de Justicia.
En una especie de caseta que resiste el calor, las lluvias y las nevadas porque está hecha a conciencia. «Lo hice yo, con mis manos y con la ayuda de los parientes», asegura Antonio, ya jubilado. No nos digan porqué pero el ambiente ahí dentro es de paz y calma. También se respira sufrimiento.
Hay ventiladores para el verano y calefactores para el invierno. Al fondo, dos camas. En una yace el joven Antonio «desconectado» del mundo pero que se inquieta cuando siente la presencia de extraños como mi colega Edu, el fotógrafo, y yo. La otra cama es para su madre, Juana, que no se separa ni un minuto del hijo: le asea, le da de comer, le arropa, le desarropa ... y le acaricia mientras, disimuladamente, se seca las lágrimas con el mangote del chándal.
Ni Juana ni su marido quieren dinero. Piden justicia. Esa que se les ha hurtado los últimos 21 años. En una primera instancia, el anestesista —que reconoció su fallo— fue condenado. Pero hubo apelaciones. De la familia Meño Ortega, de la clínica y las de las aseguradoras. «Fuimos condenados en costas», se lamenta Juana. «Por lo visto, ya debemos 400.000 euros. ¡Si eso no es un desprecio a la Justicia y a la vida, qué venga Dios y lo vea!», añade su marido.

«¡Y lo peor, hija mía, —exclama Juana—, es que han venido aquí, no digo de dónde, a amenazarme con que me quitaban la custodia de mi hijo por tenerle en la calle, en estas condiciones!». Ver para creer.
El caso de Antonio está ya en boca de todos. Miles de firmas en internet y cientos de personas que se paran, estos días, en el «domicilio» de Antonio Meño, para transmitir a su familia que el 3 de noviembre se le puede hacer justicia, con mayúsculas.
Juana llora sin consuelo. Lleva llorando veintiún años. Ahora sus lágrimas ya incluyen una dosis de esperanza: el próximo 3 de noviembre el Tribunal Supremo va a revisar el caso de su hijo Antonio Meño Ortega, en coma durante esos mismos 21 años tras fallar la anestesia en una operación de rinoplastia. El giro radical en el calvario de esta familia se debe a que uno de los médicos que estuvo, como aprendiz, aquel 3 de julio de 1989 en el quirófano de Antonio ha confesado que el tubo de anestesia endocraenal «se había desconectado».

http://www.abc.es/20101019/madrid/lagrimas-juana-hijo-20101019.html

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